Por Marcelo Cotton
¿Por qué al momento de votar, una foto (aunque vergonzosa), la del presidente Alberto Fernández y su pareja festejando en la residencia de Olivos un cumpleaños cuando él mismo pedía «quedarse en casa», puede ser más significativa que una deuda a 100 años (contraída para que unos pocos fuguen dólares) que pagaremos con sudor, hambre y lágrimas desde nosotros hasta nuestros nietos?
Por lo menos eso se palpó en las elecciones PASO en Argentina, en el mes de agosto de 2021. Muy fresca en la retina estaba esa imagen -dolorosa, por cierto-, que parecía burlarse del esfuerzo que la mayoría de la población hacíamos ante las medidas de confinamiento por el COVID-19. El mismo presidente no había cumplido a rajatabla con lo que él mismo impartía. La fotografía de la reunión por el cumpleaños de su esposa en la quinta presidencial recorrió el país entero a través las pantallas. Y eso tuvo, en las urnas, un impacto claro y contundente.
Sin embargo, ese impacto pudo más que un hecho que no fue, como la foto, un desliz, un error, una barbaridad, de un momento. Me refiero al fenomenal endeudamiento externo contraído por el ex presidente Macri, que no fue una consecuencia lo suficientemente marcada en la urnas. Pero el impacto de esa política durará por años, nos condiciona como país y a cada uno de sus habitantes (excepto el grupo minúsculo privilegiado de siempre) en nuestra economía cotidiana, en nuestro trabajo (y en su falta), en nuestra salud física y mental. La nuestra, la de nuestros hijos y nietos.
¿Por qué, entonces, el instante de una foto pudo más que una política que hipoteca el futuro, influyó más al momento de elegir a quien castigar y a quien premiar?
Razones puede haber muchas. Pero entre ellas, hay algo que nos atraviesa a toda la sociedad sin distinción de colores políticos, sin grieta mediante…
Percibimos la «realidad» a través de un sistema de comunicación basado en la NOTICIA. En un frenesí de noticias que se reemplazan unas tras otras, sin solución de continuidad. No importa cuán importante fue un hecho y las marcas que dejó en la sociedad y en su destino, porque luego ya han pasado otras miles de noticias que lo han sepultado en el olvido.
Para este formato periodístico, es MÁS IMPORTANTE el impacto instantáneo de una foto reciente, que un fraude que nos hipotecó la vida, porque ya pasó tiempo, aunque sus consecuencias seguiremos sufriendo por años y años.
Desde la perspectiva de la COMUNICACIÓN hay una gran responsabilidad en el olvido. En estos olvidos que nos condenan infinitamente a cometer los mismos errores. Y no sólo desde aquellos medios y periodistas cuyos intereses son deliberados en ese sentido. Del otro lado también se persigue el ULTIMO MOMENTO, el URGENTE, como en una carrera sin final. Y ponderando lo «último», tapamos lo que le dio origen. Y sin relación de CAUSA-EFECTO, los hechos se perciben aislados, y sólo se escucha al que grita más fuerte.
La sobreestimación de la NOTICIA, de la PRIMICIA, venga del lado que venga, nos sumerge en el olvido. Naturaliza los horrores como si fueran parte de lo «normal» y cotidiano en favor de seguir produciendo efecto inmediato.
Esta saturación de NOTICIAS que se suceden y excluyen a si mismas, es una de las causas, no sólo de este comportamiento ante el momento de elegir autoridades. Es, quizás, causa de otro montón de conductas sociales resultado de una lectura fragmentada, inmediata y descontextualizada de los procesos históricos. Es, quizás, responsable de tanto ruido distractor, pero de las nueces, poco y nada.
Lo cierto o palpable, es que este sistema de medios promueve por demás esta manera de «informarnos». Y lo más preocupante, quizás, es que aún no tenemos consciencia de cómo deteriora nuestras capacidades de empatía, sensibilidad, y conciencia social. No se trata de lo que dicen las noticias. Se trata de lo que la NOTICIA (en este modo de saturación con sus amplificadores en redes sociales) transmite en forma subliminal, más allá de su contenido.