El Oyente de radio: esas orejas que hablan.

Por Marcelo Cotton.

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¿Quién es el oyente o el radioescucha? ¿Qué función cumplen en esta radio de hoy? Para algunos estas orejas se segmentan según su poder adquisitivo y su capacidad de consumo. Para otros, el oyente es el gran objetivo a alcanzar para que una emisión sea realmente exitosa. Pero lo llamativo es cómo la figura del “oyente” hoy se ha convertido en muchos casos en la gran excusa, el invento más macabro para escudarse ante la falta de ideas, de creatividad, de trabajo y de una auténtica comunicación.

Resulta aún más llamativo cómo los oyentes o por lo menos aquellos que llaman, mandan mensajes o graban su voz en el contestador de la radio, se han transformado en productores de contenido (sin paga y sin formación) de una emisión radiofónica. Esos que se quejan, que piden canciones, que opinan de todo y de todos, ocupan muchas veces una enorme franja de aire. Se podrá sugerir que estamos en presencia de una radio participativa. Pero sería falso. En primer lugar porque la gran mayoría de los escuchas no están sentados al lado de un teléfono sino viviendo su vida cotidiana, con la compañía de la radio. En segundo lugar porque una radio participativa no es la que llena el vacío de propuestas con los oyentes “llamadores” sino la que, en su rol de comunicadora social, une lazos y hace participar a las personas, no tanto de la emisión de un programa de radio, sino en su rol de ciudadanos. Y en este punto nos detenemos para hacernos más preguntas. ¿Es participativa una radio que defiende los intereses de los grandes grupos de poder que alientan la pasividad de la población a través de la difusión de información sólo de carácter catastrófico? Cuando una población es invadida por mensajes desalentadores como las epidemias, los secuestros, las violaciones, los delitos de todo tipo y color, y cuando a esos hechos se les quita las causas que los generan y sólo se iluminan sus efectos devastadores ¿eso es participación o intimidación?

Ante una representación radiofónica de la realidad de este tipo, no faltarán las expresiones de miedo, de impotencia de la cuales se hace eco mucha programación que se jacta de “dar lugar al oyente”. Sin advertir que el oyente es un sujeto complejo, protagonista de realidades diversas y no una sola voz, muchos emisores no dan cuenta de esta diversidad en expresiones tales como “la gente quiere…” o “la gente necesita…” incorporando en éstas una visión totalitaria de la comunicación que, por definición entonces, desiste de ser comunicación. (Comunicación significa PONER EN COMÚN). ¿Quién le habla a los oyentes de sus fracasos y éxitos cotidianos? ¿Quién los interroga acerca de sus acciones pequeñas para cambiar la historia? ¿Quién les enseña a mirar la realidad desde distintos ángulos para poder obtener una visión amplia de la misma? ¿Quién les enseña a escuchar?

Dejando de lado los objetivos comerciales (ineludibles en este contexto y sin una ley de radiodifusión que ayude a alentar otros objetivos), los oyentes se segmentan, sí. Eligen escuchar (entre lo que hay) lo que les parece mejor o menos malo. Los oyentes eligen también entre oír la radio (como ruido de fondo) o escucharla. Eligen incorporarla como un ruido que obstruye el silencio que les resulta insoportable o como la banda musical de la historia de sus días. Eligen la radio como elemento práctico (para enterarse del estado del tránsito o el estado del tiempo) o para pensarse, reflexionar y sentirse parte del mundo y dar cuenta de su paso por él.

Los emisores, por su parte (que también son oyentes y deberían ser los mejores “escuchadores” no sólo de radio sino del sonido de su ciudad, pueblo y comunidad) deberán elegir si, como un eco de resonancia que devuelve con creces lo que se dice, sus oyentes serán los reproductores de su mensaje unidireccional o si se retroalimentarán de la vida de quienes prestan no sólo orejas, también pensamientos y experiencias a su aire de radio.