Por Mariano Pagnucco.
Hombre del medio como pocos, hace 34 años que Alejandro Apo (53) se metió en el éter. Y nunca más se fue. En nuestros días, su nostálgica voz acompaña a los oyentes de Continental (AM 590) los siete días de la semana: de lunes a viernes (de 23 a 1), ofrece charlas intimistas y buena literatura en Donde quiera que estés; los sábados, Con afecto (de 13 a 17) le abre la puerta al fútbol para compartir historias y anécdotas; y la cita más celebrada del ritual futbolero tiene lugar los domingos, en las transmisiones que comparte con Víctor Hugo Morales. Pero la más reciente experiencia que registra el currículum radial de Apo corresponde a la Metro (FM 95.1), donde todos los lunes comparte la mesa de Basta de todo (de 14 a 18) con Matías Martín y compañía.
¿Cómo comenzó tu vínculo con la radio?
De pibe yo era un gran oyente de radio. Recuerdo a Hugo Guerrero Marthineitz en El show del minuto. El Negro iba de 14 a 19 por radio Belgrano y yo lo escuchaba las cinco horas sin hacer otra cosa. Hasta me acuerdo de memoria los avisos que pasaba y cada vez que le hago una nota o un homenaje a Hugo, se lo menciono. Yo intento continuar esa radio clásica de climas, sugestión…
De silencios.
Bueno, pero decir silencios hablando de Guerrero, le corresponden a él, como la lectura de cuentos. Yo no me adjudico nada. Pero hay muchos referentes: Quique Pessoa, Liliana López Foresi, Eduardo Aliverti, Betty Elizalde.
¿Sentís que el medio está desprestigiado en estos tiempos?
En la actualidad, la radio entra en la superficialidad y la liviandad de la televisión, como quien dice: “Bueno, hacemos un poquito de radio”. Así se dejan de lado los códigos del medio. Pero la radio es imbatible, porque resiste el embate de la computación y de la televisión. Creo que falta amor por la radio. Yo intento ser un modesto seguidor de las personas que hacían una radio de climas, para mantener la fascinación que despierta el medio en la gente, ese ambiente intimista.
De hecho, el vínculo que establecés con tus oyentes es muy cercano. ¿Es real la historia del hombre que te mandó una carta documento?
Sí, claro. Yo me asusté cuando la recibí. La abrí y decía: “Demando a usted porque me privó de la siesta de los sábados”. El tipo me escuchaba a la tarde y cuando se quería dormir, la mujer lo empezaba a zamarrear para hacer la salida del sábado a la noche. Por eso me demandaba. ¡Un genio el tipo! Los oyentes me ponen en un lugar de exigencia que es extraordinario. Encima, tienen una sensibilidad única. Comparten conmigo el programa. Hay personas como Luciano de Marcos Paz, Pocha, Susana, que son parte de los afectos.
¿La calma de la medianoche favorece tu propuesta radial?
(Alejandro sonríe con complicidad.) Ahora que el programa empieza a las 23, le puedo sacar un poco de audiencia al Negro (Alejandro Dolina); si no, me come. Los que prenden la radio antes, se quedan conmigo, pero a las doce, generalmente, se van todos… Ese Negro es un maestro, y además un amigo. (Hace una pausa y recuerda algo que lo emociona.) Me comentaron que hace poco, en su programa, promocionó mi libro Y el fútbol contó un cuento –donde aparece la extraordinaria historia Relatores que escribió él– y en cierto momento dijo: “Recomiendo no sólo el libro, también que lo escuchen a Apo a la noche”. No hay forma de competir con Dolina, tiene una audiencia de toda la vida. Además, es el único hombre capaz de poner toda la cultura de la historia de la humanidad en un bar con los muchachos. Sólo un genio como él puede lograrlo.
¿Por qué no hay más espacios como el tuyo o el de Dolina en la radio?
Es complicado porque necesitás tener detrás una estructura que a veces no coincide con el negocio. Dolina, por ejemplo, no vende mucha publicidad a la noche. ¡Es increíble! Pero tiene toda la audiencia… Ojalá contagiemos con nuestras propuestas. Es que la noche invita a contar una historia, un cuento de terror: te entretenés y también te quedás pensando.
¿Tomás como una responsabilidad esa tarea educativa que encarnás desde tu lugar de comunicador?
Me gusta mucho. Recuerdo que la Cámara Argentina del Libro le otorgó el premio Julio Cortázar a Todo con afecto (en 2000). La fiesta iba a ser a la noche en un hotel muy importante de Buenos Aires y como no tenía una idea clara del motivo de la distinción, a la tarde llamé por teléfono a los organizadores. Me atendió un muchacho al que le pedí que me dijera de qué se trataba el premio. Y me leyó: “Al programa de radio Todo con afecto por difundir el placer de la lectura”. ¡Extraordinario! “Entonces me lo merezco”, dije. Porque lo que hacemos es eso: difundir el placer que significa meterse en la fascinante historia de un libro. Para mí no es un peso ocupar ese lugar. Por el contrario, siento que para muchos es una compañía, que pueden olvidarse de sus líos cotidianos para meterse un rato en la historia que yo les cuento y estar más tranquilos. Otra cosa que nos pasa: muchas maestras del interior nos piden bibliografía para los chicos, que se enganchan a leer a través de los cuentos de fútbol. Entonces, si en un mundo que no invita a lectura –por la televisión, por la tecnología–, generamos por contagio que alguien agarre un libro y busque un rincón cómodo de su casa para leerlo, ya nos sentimos satisfechos.
Después de tantos años al aire, ¿cómo encarás tu trabajo para evitar la rutina?
Todo depende de cuánto quieras progresar, ésa fue siempre una de mis banderas a lo largo de 34 años de profesión. El domingo, con Víctor Hugo transmitimos River-San Lorenzo y yo grabé mi comentario porque me notaba lento y repetitivo. Cuando llegué a mi casa escribí una carilla entera con críticas hacia mí mismo. Aunque parezca bohemio, soy muy competitivo en mi trabajo, me preparo mucho.
Las palabras quedan suspendidas en el aire mientras Alejo se disculpa por no poder extender la charla un poco más. Lo espera la cena y después, lo sabido: el encuentro con los oyentes en su casa, la radio.