Por Mariano E. Pagnucco.
Una trayectoria de más de cincuenta años en el aire ha convertido a esta locutora en un referente de las emisoras argentinas. Feliz con su programa en una radio pública, la dama del éter reflexiona sobre la actualidad del medio que le cambió la vida.
La vida de Deolinda Beatriz Bistagnino estuvo marcada por la lucha desde temprano. Durante su infancia en las afueras de Buenos Aires, el gran enemigo fue la pobreza de su hogar, que le acotaba el horizonte de sus sueños. También debió enfrentar en aquellos tiempos las restricciones arbitrarias de una familia ultracatólica y conservadora que le auguraba dos destinos posibles: casarse joven o estudiar una carrera universitaria. Pero la lucha más ardua comenzó una tarde en que Deolinda, ya adolescente, regresó a su casa con el entusiasmo de haber visto en vivo a una pareja de locutores en Radio Splendid y el deseo incipiente de trabajar de eso. “En esta casa no queremos putas”, fue la respuesta que recibió de su padre. Una tía fue la cómplice necesaria para empezar a torcer su destino: le prestó el dinero para inscribirse en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, del que egresó en 1959 con el carné de locutora. Unos meses más tarde, la niña de las privaciones familiares comenzó una carrera radiofónica imparable, y también una nueva vida. Desde su primera salida al aire, Deolinda se hizo llamar Betty Elizalde. Hace más de cincuenta años que ese seudónimo forma parte de la historia viva de los medios argentinos y, fiel a su estilo, la dama del éter sigue dando batalla.
Partícipe de programas de radio antológicos como Adán y yo, La gallina verde y El buen día, Betty siempre será recordada por despertar las fantasías de los hombres en Las siete lunas de Crandall, un ciclo nocturno que Radio Continental puso al aire en la década del 70. Mezcla de temas musicales inéditos en el país y textos elaborados por escritores de calidad, ese programa marcó un hito en su carrera y también en la radiofonía argentina. Pero la versatilidad de su perfil profesional le permitió despegarse del rol de locutora sexy, a tal punto que condujo programas periodísticos (tanto en radio como en televisión) en los que desplegó por igual su inteligencia y sus opiniones jugadas. En 1996 nació Siempre Betty, el programa que transitó junto a ella distintas emisoras, distintos momentos del país (llegó a sostenerlo con su propio dinero para no perder el aire) y hoy integra la grilla de Radio de la Ciudad, la emisora pública de la Ciudad de Buenos Aires. Cuando se apaga la luz del estudio, Betty se presta con gusto a dialogar sobre el medio que la cobija desde hace cinco décadas.
¿Cómo se lleva con el cambio de generaciones y los nuevos modos de hacer radio?
Nunca tuve en cuenta aquello que los demás hacían, siempre tuve en mi cabeza lo mío, hago lo mío y punto, incluso a veces contra ciertas reglas establecidas en el medio, como mi trabajo con el sonido. A cualquiera que se prepara para venir a la radio le enseñan a qué distancia debe estar del micrófono. Ésa fue una lucha con los operadores nuevos, que no me conocían, con los que recién empezaba a trabajar. “¡Te corriste del micrófono!”, me decían. “Me corrí adrede, ¿o vos te creés que no sé a qué distancia hay que estar del micrófono?”. Yo creo en el trabajo con el sonido, creo que hay un primer plano, que hay un segundo plano y que es muy lindo hacer esa puesta en el aire de que se abra la puerta del estudio, entre el invitado, yo le diga “¿cómo estás?” y el invitado me salude desde la puerta. Entonces viene entrando, se viene acercando y a través de eso el que está escuchando se va formando una idea real de lo que ocurre en el estudio. No se lo tengo que contar, el sonido se lo está transmitiendo.
Como sucedía en los viejos radioteatros.
Lo hacían en el radioteatro desde siempre. Cuando el actor venía caminando, venía caminando de verdad. No inventé nada, pero nunca me importó romper reglas dentro de lo que yo considero que es el idioma de la radio y esa cosa que tengo en la cabeza de la puesta en el aire, que yo respeto y siento visceralmente que lo tengo que hacer. Lo mismo cuando leo los cuentos. Yo utilizo diversos planos para los cuentos: hago la narración y si aparece un personaje me corro, porque es otro el que habla y está en otro plano. Me gusta todavía seguir investigando todo lo que tiene que ver con el sonido, que es algo muy descuidado. Creemos que es sólo llegar, sentarse, “buenas tardes” y largar el discurso. Para mí, la puesta en el aire de la radio tiene mucho que ver con la puesta escenográfica de una obra de teatro. Es lo mismo, todo sugiere. Eso es el sonido. Y los silencios, que sin el silencio no existiría la música, por ejemplo. Es lo más difícil de manejar. Para los músicos y para nosotros, el manejo del silencio es lo más difícil porque no hay reglas, nadie puede enseñar cuál el manejo del silencio, es algo que se siente físicamente, que tiene que ver con la respiración, con el momento. No se puede enseñar el valor del silencio.
¿Cuáles cree que son las características fundamentales que distinguen a la gente de radio?
Hoy en día no se puede hablar de características. Desde el momento en que las radios entraron en esta pérdida de calidad y de unidad de programación, no se necesita absolutamente ninguna condición. Hay una condición imprescindible, sí: tener plata. Las radios dejaron de tener gerentes artísticos y sólo tienen gerentes comerciales. Salvo en esos espacios y en esas radios que cuidan la mañana, que es donde existe mayor ingreso económico para la emisora, el resto es al mejor postor. De estar dirigiendo una radio, yo no podría aceptar muchísimas propuestas. Por supuesto que nunca dirigiré una radio, porque de no tener aptitudes, de no ser profesional, sacaría corriendo a cualquiera que viniera con plata en el bolsillo. Todavía sigo privilegiando la excelencia, esa inquietud permanente de decir “lo de hoy fue bueno, lo de mañana tiene que ser mejor”. No importa la calidad de producto que yo presente, pero estoy las 24 horas enganchada con la radio. Tengo un anotador y un lápiz al lado de la cama, y me despierto a la madrugada para anotar cosas que se me ocurren. Me da mucha pena por la gente que se está formando en las escuelas de Comunicación Social, porque veo en la práctica lo que ocurre. Al portero del edificio de enfrente se le ocurre que quiere hacer un programa de radio, cruza y lo hace; encima trae a la nena que hace de productora y a la mujer que atiende el teléfono. Cuando yo voy a algunas radios y veo que pasa eso, tengo que hacer un esfuerzo por no sentir que hablo con gente que es de otro palo. Reconozco que soy elitista en esto, me produce mucha molestia. Les pregunto “¿vos egresaste de alguna escuela de producción?” y me responden “no, yo soy la hija del conductor”. Me parece denigrante, pero ésta es la realidad de la radio, todo lo demás es verso.
Cuando ocupa el lugar de oyente ¿qué escucha?
Escucho bastante AM, sobre todo me interesan los programas periodísticos, los programas donde haya una persona que tiene cosas para contarme. No hay muchos programas de ese tipo, sobre todo en estos tiempos en que la radio se ha convertido, más que en un elemento de entretenimiento, de distracción o de información, en un terreno de disputa… ni siquiera ideológica, porque no estamos viviendo un tiempo de ideologías sino de negocios, de intereses, de odios. Estamos muy atravesados por esta agenda del odio que se impuso en el país, entonces cada uno de nosotros, aunque no nos interesara, paulatinamente hemos ido incorporando como una forma de defensa frente al avance de tanta arbitrariedad y tanto odio. La radio se ha convertido en ese terreno de falsa opinión, de enfrentamiento entre los periodistas, los locutores. Parecen más partidos políticos, o peleas entre partidos políticos que nada tienen que ver con la ideología, que programas de radio. Me cansan los conductores a los que conozco de toda la vida y cuando me pongo a escucharlos me quieren vender su pensamiento. Me está costando, pero insisto en escuchar AM. Me interesa que me cuenten cosas, no que me entretengan con la música. Cuando estoy escuchando un programa y dicen “vamos a escuchar un disquito”, cambio la emisora. No quiero escuchar un disquito, no era el momento de escuchar un disquito. Alguien les dijo que la radio es equilibrio entre palabra y música, entonces sienten que ya hablaron mucho y es momento de poner un disco. Se equivocan fiero. Yo como escuchadora digo “no era el momento de poner un disco, porque era interesante lo que estaban diciendo”.
¿Por qué eligió la radio como su espacio, su medio?
No sé, empecé cuando tenía 18 años. ¿Por qué me atrapó la radio? No lo sé, pero acá estoy. Si bien tengo muchos años de televisión, nunca me despertó la misma fascinación que la radio. Es muy lindo hacer televisión, que te maquillen, te pongan linda. Sos una Cenicienta, porque cuando termina el programa está el vestuarista esperándote en la puerta, te saca los zapatos, la bijouterie, te desnuda, te saca todo… es todo una mentira la televisión. Cuando lo hice lo disfruté y también traté de hacer lo mío, de llevar a la práctica lo que se me ocurría, pero en la televisión nunca dejé el corazón. Me daba pena dejar un ciclo, pero sobre todo por el cheque a fin de mes. Pero la radio no, porque en los períodos en que tuve que producir mis propios programas y poner mi plata para pagarle al productor las llamadas telefónicas, no me importaba. Yo siempre digo que la radio es el uno a uno: uno que habla, uno que escucha. La televisión, en cambio, es la multitud, el ruido, el aturdimiento en el living de una casa ajena. Bueno, evidentemente me fascina mucho más la radio porque es el lugar donde yo, que soy una solitaria, que no me gusta la multitud… la radio es un lugar donde estoy sola. No sé quién me escucha, quién se aburrió y cambió, no me entero quién me despreció y se fue a escuchar otro programa. Uno se forma su propio universo en esto de la radio: se siente querido, contenido, respaldado, con permiso para decir cosas. Por estas características de personalidad que yo tengo, es el lugar que encontré donde no soy tímida, donde no soy fóbica con la gente, donde tengo tolerancia frente a la crítica, donde puede escuchar sin descalificar. La radio es mi lugar, mi espacio, como un símil de ser amado, de amor. En ese contexto uno se siente querido, cuidado, atendido, y eso me gusta.
Actualmente Betty Elizalde conduce “Siempre Betty” en Radio de la Ciudad (AM 1110) www.radiodelaciudad.gov.ar, de lunes a viernes de 15 a 18.