Por Marcelo Cotton.
“Conocer y hacer de cuenta que no se conoce es una virtud, no conocer y hacer de cuenta que se conoce es una enfermedad”
Lao Tse – Libro del Tao.
La entrevista, para quien la realiza, es un ejercicio de humildad. De comunicación. Entrevistar es abrir el micrófono a quienes saben sobre determinados temas y situaciones, ya sea por competencia teórica o por experiencia directa.
Aunque la conducción de la entrevista es responsabilidad del entrevistador, los entrevistados son las voces complementarias, las que suman, ahondan, desarrollan sobre los temas propuestos. Y para eso, para preguntar y llevar adelante una entrevista, es necesaria una dosis equilibrada de conocimiento e inocencia. La inocencia que lleva a la curiosidad, para ponerse en el lugar del oyente que quiere conocer. Y de conocimiento para, al mismo tiempo, saber mucho más que el oyente para poder guiar la entrevista por buen camino y hacia buen puerto.
Pero esto no siempre sucede y muchas entrevistas son llevadas adelante para cubrir baches, faltas, errores y carencias de una producción.
En tal sentido, abundan los “programas de entrevistas” cuyo objetivo no es sumar voces sino el lucimiento de un conductor (que habla y no escucha). O aquellos en los que la entrevista se presenta como una lucha entre entrevistador y entrevistado por la última palabra (situación que convierte a la entrevista en un debate desigual ya que siempre el entrevistador tiene la última palabra).
Abunda, sobre todo, la compulsión por “sacar al aire” a figuras mediáticas (bajo el falso concepto de que más buena es una entrevista cuanto más famoso es el entrevistado). Esta noción hace que el entrevistado se tome la licencia para opinar de cualquier cosa por el simple hecho de ser famoso. Y de este modo, aunque no sea a conciencia, se genera una sensación de impunidad, de desvalorización de la palabra, y de desigualdad social evidenciada en el hecho de que mientras los poderosos hablan y actúan, el resto no tiene voz.
Como dijo el escritor Fedor Dostowievsky: “Toda persona vista desde cerca es una buena historia”. Y en las entrevistas toda persona es un manantial de historias para contarse. Dependerá en buena medida del entrevistador darles el lugar y la forma.
Más allá de las reglas propias que cada entrevista tenga, definidas por su objetivo (informativas -o de divulgación-, valorativas -o de opinión-, vivenciales -o de experiencia-) y por su contexto (telefónicas, en estudio o en exteriores. En vivo o grabadas), toda entrevista es plural por naturaleza, es la ventana a otros mundos, a otras historias, a los saberes inexplorados de la actualidad, la historia, la ciencia y las personas.