Por Luis María Pescetti.
El multifacético artista tuvo durante 14 años un programa de radio que se transmitía simultáneamente para México (“Hola Luis” Radio UNAM) y Argentina (“El vampiro negro” Radio Nacional). En este texto (cuyos fragmentos seleccionamos de su ponencia en la Bienal de Radio – México 2005) reflexiona sobre el duro y “necesario” arte de hacer radio para niños.
Hacer radio para niños enfrenta dos situaciones distintas, una es la propia del destinatario, es decir todo lo que tenemos que reflexionar cada vez que hacemos cosas dirigidas a los niños, ya sea en literatura, danza, filosofí¬a, etc. El segundo punto es, obviamente, el medio. ¿A quién convencemos de hacer un programa de radio para niños? Comencemos por éste.
Pensar en conseguir anunciantes para un programa infantil de radio es muy difícil, y esto siempre y cuando hayamos convencido a la radio de que conceda un espacio dedicado a temas infantiles. Mucho peor les va a los que quieren hacer algo en medios impresos, periódicos y revistas. Bastará con que hagan número sobre cuántos programas infantiles hay (…) pero esto no cambia sino en matices un panorama que en todas partes revela lo mismo: la escasa valoración de la producción para niños.
Para empezar hay dos ideas muy instaladas, y que no se han revisado debidamente. Una es: los niños no leen o leen cada vez menos; y la otra: los niños no oyen radio. Esto desemboca en que el medio ideal sea la televisión. Si un anunciante tiene un producto infantil, raramente va a pensar en invertir en otra cosa que no sea TV. Al menos, sin duda, no es lo que le aconsejarí¬a su publicista. Esto hace que sea muy raro colocar un programa infantil de radio en una radio comercial. Entonces quedamos con la única opción de FM de barrios o radios estatales. Y acá, para nuestra sorpresa, por obra y arte del neoliberalismo, nos encontramos con que el Estado se ha propuesto ser autofinanciable. Lo cual, y aunque éste no sea el ámbito adecuado para discutirlo, nos parece aberrante porque si el Estado no apuesta y no arriesga por lo que considere su proyecto de país, ¿quién se supone que lo va a hacer? Pero, bueno, imaginemos a un productor de un programa infantil que ahí va con su propuesta a una radio estatal y se encuentra con la sorpresa de que le quieren vender el tiempo de aire. Esto es una realidad de varios países. Ahí sí que estamos perdidos, porque ¿quién va a querer invertir su dinero en un programa infantil que sale en una radio del estado? Nadie. Sólo una tí¬a soltera de nuestro amigo productor. Pero como no queda bien que en la cortina diga “Este programa está patrocinado por la tía Carmen”, nuestro productor va a buscar una radio estatal que no venda su tiempo de aire. Hoy día, una especie sumamente rara y escasa; pero que por fortuna para la salud de la cultura y nuestros países, se sigue encontrando. (…) Pero sigamos con el caso de nuestro productor imaginario. Ya halló una radio en donde hacer su programa; pero ahora se va a encontrar otro problema ¿quién lo va a oír, además de la tía Carmen? Como todos sabemos, las radios estatales tienen menos audiencia que las radios comerciales; y por lo general están ligadas a propuestas culturales, que, a su vez, tienen menos audiencia que las comerciales. Y además, pero esto lo desarrollaremos más adelante, trabajar para niños también tiene menos “rating” que trabajar para adultos. O sea que estamos en las orillas de las orillas de las márgenes del sistema. Es un milagro si nos oye alguien. Siempre estamos al borde de preguntar “¿Hay alguien ahí?”. Por más que recibamos muchas llamadas, sabremos que siempre es la tía Carmen que está fingiendo la voz.
Los niños son muy importantes, sin embargo trabajar para niños, no lo es. Si nos atreviéramos a afirmar eso públicamente provocaríamos un escándalo, sin embargo ése es un doble mensaje de nuestra sociedad que no declara eso, ni permite que sea dicho; pero que eso es exactamente lo que actúa.
(…) Uno tiene la sospecha de que cuando los medios dicen “es lo que al público le gusta” lo que esconde esa afirmación es que es lo único que a ellos se le ocurre mostrarle al público. (…) Carlos Fuentes dijo que bajo una cultura dominante y una oferta unipolar padecemos de amnesia para la diversidad. Se nos olvida la pluralidad. Nadie tiene derecho a limitar la oferta que recibimos. Da la impresión que anunciantes, agencias y medios, viven muchas veces dentro de una burbuja que ellos se solazan en inventar y confirmar. Dentro de este panorama no es fácil encontrar quién quiera apostar por programas infantiles de calidad.
El que produce o escribe programas de radio para niños está, por otra parte, encuadrado dentro de algunas generales que le caben a toda la creación infantil. (…) No pertenece a la misma casta ni merece la misma valoración quien escribe una novela juvenil que quien escribe una novela para adultos; no es lo mismo hacer un programa infantil de radio, que uno de investigación periodí¬stica.
Esto ocurre, paradójicamente, aún cuando, por ejemplo en el ámbito literario, las colecciones para niños estén entre las de mayor movilidad de una editorial. De una novela para adultos se pueden vender mil ejemplares, de un libro infantil cinco veces más; y sin embargo eso no cambia la valoración de las cosas. (…)
Otro problema es que la creación infantil suele ir ligada a lo pedagógico. Los editores de colecciones infantiles saben que su producción está ligada a la escuela (…) Cuanto más se acerque un libro a la temática y a los intereses de la escuela, más posibilidades tiene de ser editado. Cuanto más desafí¬e los “valores”, y lo que se considera bueno o sano en la formación de los niños, más posibilidades de quedar en un cajón.
Otro aspecto es que lo que se hace para niños es mayoritariamente recreativo. Los niños son como el público de los domingos. El arte destinado a niños específicamente, es al que más se le exige que sea inocuo. Podrí¬amos decir que es un grado más que el agua, que es inodora, incolora e insípida, acá se agrega: entretenida. Ahora bien, esa aparente inocuidad no lo es; lo que se le prohíbe es cuestionar valores y, por el contrario, se le exige que afirme, apoya y transmite valores aceptados. El arte para niños es, para decirlo claramente, una extensión de la pedagogía. Una obra de arte para niños corre siempre dos riesgos: uno, el de ser una obra pedagógica con adorno estético. El otro, la de no acceder a la difusión.
Hace poco, en mi programa de radio leí El libro apestoso de Babette Cole, un libro que, por supuesto fascina a los niños. Me llamó un profesor para decirme que estaba pasmado, esa fue la palabra que usó, porque se leyera eso a los niños. Terminó su crítica y la expresión de su disgusto diciendo que “eso era algo que la vida ya se encargaría de mostrarle a los niños”. Esto es importante porque es algo que se cree mucho, esto de “la vida ya se encargará”. Lo que uno piensa al respecto es que por supuesto que la vida ya se encargara de mostrar esas partes; y no sólo se encargará, sino que de hecho ya lo está haciendo; que aunque no lo admitamos o no lo queramos ver: la vida siempre se presenta de manera completa, a nosotros y a nuestros niños. Es decir no es que primero se nos presenta un pequeño problema, superado ése, otro más complejo. Por cerrada que sea la malla que construimos alrededor de los niños, todo se termina colando por alguna parte y que entonces el punto no es que si la vida se lo va a dar a conocer y cuándo, sino lo preparados que estarán los niños frente a esos hechos o momentos. Las herramientas que en ellos tendrán para elaborar esas experiencias. Y que si nuestro tratamiento de temas conflictivos es nulo, esas herramientas para elaborar temas conflictivos serán nulas o cuanto menos pobres. Y que, a la hora de la hora, se las tendrá que arreglar como pueda. Lo cual significa, literalmente, que al niño lo estamos dejando solo. Dado que de “eso” no se habla, cuando “eso” se presenta, es como si nosotros nos retiráramos y dejáramos al niño solo frente a “eso”.
Sin embargo el artista infantil, en este caso entiendo por esto al que produce obras cuya destinataria es la infancia, está obligado a tomar en cuenta lo que la sociedad dice que es importante (…) Esto se da por los propios prejuicios del mercado y la sociedad, como por las propias limitaciones del autor. Es así que nos resulta mucho más fácil escribir y describir una infancia y un mundo idealizados, que uno real. La infancia que se describe en cuentos y canciones está tan separada de la realidad que más parece que estuviéramos hablando de una infancia virtual, una que fuimos construyendo, llena de animalitos que son amigos, de malos que son vencidos, y de conflictos pueriles. (…)
Nuestros destinatarios son niños y de ellos se espera que actúen como tales; pero nosotros no lo somos y de nosotros se espera la más profunda, absoluta y plena madurez.
Es en este sentido, cuando no producimos así, que los propios creadores infantiles colaboramos en la escasa valoración de nuestro trabajo. Ahí está nuestra cuota de responsabilidad.
Hace varios años el cantautor Paco Ibáñez, que musicalizó a tantos poetas españoles, fue invitado a Buenos Aires a un acto de las Madres de Plaza de Mayo, o sea las madres que reclamaban por sus hijos desaparecidos en la dictadura. Fue en el Luna Park, que es un lugar para cinco o seis mil personas, y que esa noche estaba lleno. Como se podrán imaginar el ámbito y las circunstancias eran por demás graves, serios, delicados. Cantó algunas canciones y cuando aquélla multitud le pidió un bis volvió a escena y comenzó con una canción infantil, la de “Érase una vez, un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos…” que inmediatamente la concurrencia comenzamos a cantar con él. Fue contundente y sobrecogedor, uno de los momentos más emocionantes de la noche. Todos nos unimos en un territorio que no era la adultez, ni tampoco la infancia solamente, sino eso: adultos cantando una canción infantil; humanidad profundamente conmovida.
El creador infantil debe luchar contra muchos límites, pero debemos cuidarnos también de la tentación de facilidad de escribir para niños. Escribir para niños es más fácil si se lo hace mal, con menos rigor crítico, con menos exigencia. Una obra infantil no tiene por qué ser un juguete que aburre al adulto. Todavía no está suficientemente explorado un territorio común. Una obra en la que tanto niños como adultos puedan hacer distintos niveles de lectura. Y en la que el adulto pueda, otra vez, repasar sus lecturas de la infancia, o las del niño que, como siempre se dice, seguimos siendo. Arte para niños con alcance universal es un buen desafío para todo creador. Y ese es el territorio que creo que debemos explorar.
Para terminar volvamos a la radio. ¿Por qué hacemos radio para niños, entonces? ¿Porque estamos locos? Sí; pero ¿por qué llaman tanto al programa? Todo lo que dijimos antes es puntualmente cierto y no sale sino de la experiencia. Pero debe ser que si bien es cierto, no es lo único que es cierto, porque si lo fuera no nos oiría nadie; y nos oye la gente y participa de los programas. En mi caso tenemos un promedio de más de 80 llamadas por programa de una hora; y según los programas suelen llegar a cien. Nuestro tope fue de 135 llamadas, por supuesto sin dar regalos, ya no podíamos recibir más ni contestarlas. Todo esto se da, sencillamente, porque estamos haciendo algo necesario. Sin abundar demasiado digamos que proponemos un programa infantil más en su dinámica que en sus contenidos. Es decir, en donde predomina el juego, la diversidad; y en la que ponemos acertijos que salieron de olimpíadas matemáticas, o adivinanzas de las más simples. Canciones infantiles de todo el mundo, pero también jazz, rock, música africana, celta, clásica, etcétera. Volvemos a la pluralidad, a la diversidad y a jugar con todo eso. ¿Cuáles son las ventajas de la radio? No vamos a inventar el hilo negro, pero podemos repasarlas: la producción es sumamente accesible; yo acostumbro a decir que es lo más parecido a escribir, en el sentido de que los medios son mínimos y no es tan invasora como la televisión. El lector, la audiencia, deben completar con su imaginación lo que la palabra hablada y leída sugiere. Jorge Picó, un actor y escritor español, me dijo hace poco “La radio es el medio de la imagen”. Y es que la televisión ofrece una imagen, una sola, no queda lugar para otra, y en la radio las imágenes se multiplican en cada oyente, y en cada uno difieren además. Prueba de ello es que, por ejemplo, cuando los niños que oyen mi programa me van a ver a algún espectáculo me dicen: “Ay, yo creía que era más grande… o con bigote… o moreno” y lo han dicho con cierta decepción, por cierto, también. Es más fácil experimentar con niños produciendo periódicos o radios escolares que haciendo televisión. La radio no está obligada al vértigo en que se ahogan otros medios, convirtiendo a todo en un video clip. En la radio el pensamiento puede tener una extensión que no es posible en la televisión. Nos hemos dejado rendir demasiado fácil por algunos axiomas como por ejemplo el de que una imagen reemplaza a mil palabras; bueno sí, pero sólo si esas palabras se podí¬an expresar con una imagen, sino no. De otra manera las artes plásticas y visuales resumirían a todas la demás, lo cual es absurdo. Pero dejemos de lado esta especie de queja que siempre resulta cualquier variante de decir que la televisión es mala o es esto o lo otro. La radio es encantadora por sí misma y no por oposición. Y si no pregúntenles a los taxistas; a los estudiantes de arquitectura haciendo sus maquetas en la madrugada, a los choferes de camiones, a las gentes que viven solas; a los desvelados por insomnio, por amor o por angustia; a los que ordeñan vacas; a los que viajan; a los panaderos; a los perdidos que saben por la radio que los están buscando; a los que hacen guardias en los hospitales; a los veladores.
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