La tele liberó a la radio: Entrevista a Lalo Mir

Por Jorge Belaunzarán.

“Encuentro en el estudio” es el programa con el que hace tele, allí donde se mantiene a raya para que se luzca el entrevistado. En cambio, en “Lalo por hecho”, por FM 100, su andar se vuelve instintivo, voraz por romper los límites, por soñar con que todo es posible.

La gente que está a mi lado es como parte mía. Todo muy orgánico. Miro, muevo un dedo y todo funciona. Sigo siendo un poco el director de orquesta. En radio no hay que hablarlo, tiene que salir, hay que mirarse y sale. Es como zapar. Es como cuando manejás, que no mirás la palanca de cambio.»

Esa es la idea gráfica que ofrece Lalo Mir. Bien pero bien gráfica. Y eso que hace radio. «A la mañana la pista llena de gente», continúa graficando. «No me gusta andar solo por la autopista.»

– ¿Hay algo que se tiene que evitar de la radio cuando se pasa a la televisión?
– Ah, no me pregunto nada. Es como que tengo una programación y en general es tan diferente que no se me confunde. Y el programa Encuentro en el estudio está muy bien organizado, muy bien producida la logística sobre cómo funciona, entonces tengo que seguir unos patrones, voy entrando en cada uno de esos lugares. Con el método que usamos para grabarlo siempre sucede lo mismo. Es como que nos hicimos un manual, descubrimos la mejor manera de hacerlo (nos llevó lo primeros programas), entonces llega el músico y yo lo estoy esperando. Lo recibimos en el control, se saludan con el ingeniero de sonido y se produce una charla referente, conceptualmente, a lo que significa el estudio en la vida del músico. Y eso se repite. Es diferente porque cada artista que viene te plantea una historia diferente. Y hacer lo que llamamos unas locuretas. Que no están dentro del patrón, y después vemos como se cuadran dentro del programa y si las ponemos.

– ¿Qué sería una locureta?
– Que alguien diga: ¡uy, mirá, un grabador de cinta! Y yo diga: stop, cámara, vamos al grabador de cinta y explicamos cómo funcionaba, cómo se grababa; salimos. Es un elemento que después no sabemos si va a ir, dependerá del tiempo, del guión cómo se vaya armando, porque es una especie de biografía, casi un documental. Y muchas veces va y otras no. Otra locureta que creo que no fue es Fabi Cantilo, que le digo: vos no hacés nada para la voz antes de cantar. Hago un ejercicio, ¿te lo hago? Sí. Y se tiró al piso, hizo toda una gimnasia. Y si no se sigue el parámetro: se prueba el sonido, se ensaya, se graban los temas, entro en algunos si estoy dentro del estudio, sino me quedo en el control, y después se hace la entrevista. Y en la entrevista sí me marco brillar lo menos posible, solamente preguntar y hablar cuando es necesario. Y trato de presentarlo todo y de preguntar de manera tal que el músico pueda expresarse con las menores interrupciones mías. Y en la radio todo es más descontrol, vamos, vamos, vamos, una topadora. En la radio, como es el día a día y es nuestra vida de alguna manera, todo es más laxo y permite prácticamente cualquier cosa. Y este programa de tele es como un documento, un material que después se cierra, se entrega al Ministerio de Educación, es como un patrimonio cultural. No hay gilada ahí.

– ¿Las locuretas son una necesidad para trabajar en cualquier lugar?
– Me salen naturalmente. Siempre se me están ocurriendo cosas. A Adriana Varela la hice cantar una canción en italiano. Les pregunto cosas raras. Por ejemplo le dije: ¿cantás en idiomas? Ah, canto en italiano. A ver, cantá. Y estábamos grabando todo. Y se mandó un tema tipo Mina, a capela, espectacular. Pero forma parte de mi espíritu inquieto y curioso que voy siempre como buscándole la quinta pata al gato. Y a veces sale, y cuando sale, garpa.

– ¿Y si le proponen un trabajo donde esas posibilidades no existieran?
– Un noticiero por ejemplo. Calculo que encontraría el subterfugio y lo terminaría haciendo. ¿Viste cuando es más fuerte que uno? Trabajé en Mitre, en AM, y era como eso: todos los días ir corriendo un cachito el límite. Porque tengo la premisa que en radio todo es posible, todo se puede. Todo lo que no se puede convencionalmente, es una convención, o sea que la podés romper en cualquier momento. Cuando no la podés romper de golpe, porque es muy abrupto, muy de choque, llama demasiado la atención, o alguien puede poner el grito en el cielo, lo que hacés es ir corriéndola de a poquito. Vas corriendo y cuando querés acordarte estás en otro terreno, en la propiedad del vecino, por decirlo de alguna manera. Pero la radio es así. Siempre aparecieron cosas que rompieron las convenciones y después terminaron siendo modelos. La primera sorpresa para mí fue el Negro Marthineitz cuando hizo el Show del minuto, en los 60. Programa de cinco horas, solo. Ni del informativo leía las noticias, las leía él. Sin cortina, sin música, cinco horas. Ningún programa duraba cinco horas. Si le preguntabas a un director artístico de una radio si eso era posible te decía que no. Y sin embargo cambió la radio. Ahí empezaron los programas largos, se entraron a animarse solos, mandarse solo con un micrófono y no estar rodeado de gente. Todo es posible. La radio es micrófono y silencio, y hay que llenarlo; y todo lo demás es juego. Aunque sea serio. Tiene que ver con la literatura: la página en blanco; la pintura: la tela en blanco; y después todo vale adentro.

– ¿Cuando se dio cuenta de que eras un animal de radio?
– Eso surgió por una nota. En una entrevista, haciendo como una broma a Radio Continental que tenía un slogan que decía “Gente de radio”, yo dije: debo ser un animal de radio. Y el tipo del diario titula la nota: Animal de radio. Y cuando lo vi, dije: el próximo programa se llama Animal de radio.

– ¿Y el suyo, el interno?
– No hay un momento. No lo puedo precisar. Es una cosa que se fue dando gradualmente y un día me di cuenta de que me sentía como pez en el agua. Debe haber pasado en los 90, cuando llevaba más de diez años haciendo radio, ya había montado mi segunda isla para editar, tenía mucho equipo, grababa mucho micrófono, mezclaba mucho sonido, andaba en la calle grabando todo. Cuando viajaba no llevaba cámara de foto, llevaba grabadores y micrófonos de diferentes características para diferentes cosas. Qué sé yo, por ahí la gente sacaba fotos en París y yo me grababa una caminata por las catacumbas, que todos graban las calaveras que están en las paredes, y yo tengo todo en audios. Las estaciones de trenes, la gente que habla en idiomas, las radios de los lugares. Llegó un momento en que lo empecé a mezclar y lo hacía. Era como una especie de fábrica de radio. Y ahí me di cuenta de alguna manera que era como un animal de radio. Fue after Bangkok, fue en Buenos Aires una divina comedia, y Tutti Frutti, eso fue Del Plata 93-94, ahí estaba muy aceitado. Y Animal de radio ya la manejo bien, tenía todo el combo. Tengo once años de producción de radio antes de micrófono. Fui locutor, después me hice productor, ahí fui guionista, coordinador, musicalizador, hice todo el metié, y terminé como director artístico de una agencia que trabaja específicamente en radio. Grabé cientos, sino miles de comerciales para radio, en la época en la que el comercial de radio también evolucionó y se empezó a grabar como si fuera un spot de televisión. Tuve esa formación, por suerte. Si bien siempre hay que tener algo para decir, sino estás hablando al pedo.

– Pensé que era Bangkok el lugar.
– Pero ahí no era tan conciente. Eso era más adrenalina, más salvaje, eso era rocanrol. Pero me dio para correr los límites. Después hubo que descorrerlos.

– ¿En algún momento se aburre?
– Sí. En general me está pasando poco. Hay que generar nuevas cosas. Cambiás de lugar dos puertas, cuatro ventanas, dividís el techo y la casa cambió. Los chinos siempre dicen que nunca hay que terminar de arreglar la casa porque el día que decís ya está, la terminé, te morís. Hay que estar haciendo reformas continuamente, y yo lo tomo muy al pie de la letra, aunque en lo laboral.

– En más de 30 años de radio, ¿qué piensa que ganó y qué perdió el medio?
– La radio no creo que haya ganado mucho. Sigue siendo lo mismo, es como tocar el piano: teclas negras y blancas; hay música o palabras, o silencios, o ruidos; no hay nada más. Es más conceptual el tema. Hasta cuándo el hombre va a tener una tela y la va a pintar con un pincel y un color; se salieron de la tela, le pegaron cosas, pero en definitiva sigue siendo la idea de mostrar algo, de decir algo con algún tipo de codificación. Y la radio es igual, podés hablar, cantar, pasar música, pero es lo mismo siempre, es sonido. Tenemos todas las tecnologías que aplican a la radio, pero no a lo esencial, que es un tipo hablando y otro escuchando a la distancia. Y no va a cambiar si es radio. Si ya le ponen imagen es televisión. La tele en muchos casos es radio con una cámara adelante. Para mí los grandes cambios de la radio son el transistor, porque la radio se desenchufa y te la podés llevar a todos lados, que es un cambio estructural; y la tele, porque cuando aparece se saca de encima el mandato de tener que ser fiel a la realidad. Otra vez vuelvo a la imagen: la pintura, cuando aparece la fotografía, se abstrae, pierde el mandato de tener que reflejar lo que era real. Y de alguna manera la radio también. Si escuchás un noticiero de los años 40, 50, el tipo del noticiero narraba: a las 6 de la tarde en una finca ubicada en la calle tal, al número tal, ocurrió un asesinato. En momento en que llegaba un automóvil chapa… te iba contando visualmente. Y hoy no es eso un noticiero. La tele, cuando todo el mundo la vio como una competidora, fue una liberadora de la radio. Tuvo que encontrar nuevos códigos, y eso es la radio de hoy: gente que no entendés lo que dice hasta que no los escuchás un tiempo y decodificás; ahí sí te hacés de la familia.

– ¿Fantasea con el momento del retiro?
– No fantaseo, me preparo. Tengo proyectos: a, b y c. Tengo etapas. Tengo un año sabático medio programado. Tengo un cambio en mi estructura, me voy a dedicar un poco a otra cosa, que tiene que ver con el adentro de la radio. Estoy muy volcado a la televisión cultural, haciendo lo de Encuentro, lo de los pintores y las artes visuales. En eso tengo resto. Estoy conociendo todo el negocio, me estoy metiendo y ahí es como que tengo un tiempo más. Más largo todavía, porque es un tema donde la edad no importa tanto. Pero en esto de hacerme el payaso llega un momento que sí. Hay una especie de retiro y un plan de vuelta desde otro lugar; más desde la tercera edad si se quiere. Tengo un mapa que está ahí y se va armando, está medio escrito, medio dibujado, está en mi estudio. Eso me da como una seguridad. O puedo ir a plantar naranjas a San Pedro.

– ¿Sí?
– Sí, por qué no. Si me cansa mucho me voy más allá y voy al río, a pescar.

– ¿Alguna vez extrañó la Rock & Pop?
– Sí. En las primeras épocas se extrañaba más, en la última instancia no tanto. Todo se extraña, porque hay afectos, historia, vida, vínculos, emociones, cariños. No es una fórmula sintética, por más que sea una marca. Pero la Rock & Pop de mis primeros correligionarios, Bobby, Quique (Prosen), (Pablo) Coluber, Miguelito Martínez, Raúl Fernández, Grinbank, era divino. Lo más parecido a una banda de rocanrol. Que hacía radio. Era una proyecto re romántico, re copado. Imaginate una radio en la que te daban toda la mañana y nadie sabía muy bien qué ibas a hacer. Es maravilloso, es impensable hoy. Daniel Grinbank estaba de la cabeza, jajaja. Y a Bobby, a Quique y a mí nos dijo: hagan toda la mañana. Después una hora más, cinco horas hacíamos, y éramos un fenómeno. Eso se extraña siempre. Lo extraño hoy. Estoy más grande y todo pero volvería a pasar por una experiencia así, totalmente. Con esa impronta, con esa logística, la logística de no sé qué va a suceder en el próximo segundo. Esa. Está buena. Rocanrol.

– Imagine que está en el geriátrico y tiene que contarme una anécdota para que entienda qué fue la radio para usted.
– Yo me tomé la Fragata Libertad con un amigo en Mar del Plata y salimos para el Océano Atlántico y yo llevaba una valija de movicom con una antena pichicateada, tuneada que me habían dado en la radio, y me colgué arriba de unas antenas, puse la otra antena, la atamos con cinta y con alambre y transmití tres días desde la Fragata Libertad con 200 marineros ajaja, escorado a 15 grados, con 37 velas hinchadas. Transmití Animal de radio. ¡Qué tul!l Esa es una imagen para contar de viejo, y lo que se siente estar transmitiendo. Y arriba del barco había dos hinchadas: una ricotera y la otra cuartetera. Y había comunicación con la familia en tierra. Fue bastante espectacular. Pero lo más espectacular fue hacer radio en ese barco que tiene tantos años y anda a vela. Y que anda a una velocidad que parece tener motor fuera de borda, y es todo vela hinchada como en las películas. Y después vamos a tener tiempo en el geriátrico y te voy a contar el día que transmití en helicóptero, que transmití en Río pero no estaba en Río, en Nueva York pero que estaba en Buenos Aires y todas esas cosas que uno va haciendo. Pero vamos a tener tiempo de hablar.

Fuente: Revista Asterisco
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