Los relatores, artistas de la ficción futbolera. Desde Fioravanti hasta Víctor Hugo.

Por Mariano E. Pagnucco

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Desde las primeras transmisiones de la década de 1920 hasta nuestros días, un grupo de profesionales de la radio aprovecha la excusa de los partidos para llenar de pasión y dramatismo los oídos de los hinchas. En esta nota, un homenaje a los literatos del gol.

Esos tipos son capaces de sobresaltarnos con una pequeña inflexión en la voz. El dramatismo de su tono puede ser el prólogo a la alegría desbordada, el llanto irremediable o incluso una discusión acalorada con los vecinos. Casi como un interruptor emocional, las palabras pesimistas de ellos son motivo de corazones aplastados, y sus gritos apasionados, la garantía de un fin de semana soleado más allá de la meteorología. El día que se escriba “El relato de fútbol considerado como una de las bellas artes radiofónicas”, los auténticos protagonistas serán ellos: los relatores, practicantes de un oficio a mitad de camino entre el periodismo deportivo y la literatura.

Hace algún tiempo, de la pluma de Alejandro Dolina nació Héctor Bandarelli, un personaje que pasó a la historia del barrio de Flores por transmitir partidos… inventados por él. Sobre el final de Relatores, el cuento que detalla las hazañas de Bandarelli, el narrador aconseja: “Los relatores de hoy tienen la posibilidad de seguir al maestro e intentar la ficción y la fantasía en sus narraciones. ¿Por qué depender de la actuación, muchas veces mediocre, de los futbolistas? ¿Por qué no crear con la voz jugadas más perfectas? ¿Por qué no dar nacimiento a deportistas nobles, diestros y mágicos que nos emocionen más que los reales?”

La osadía de esa propuesta fue llevada al extremo, también en un cuento, por H. Bustos Domecq. Con ese seudónimo apareció firmado Esse est percipi, una interpretación muy ingeniosa de las transmisiones deportivas que, en realidad, escribieron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. En el cuento, el protagonista se extraña por la ausencia del estadio de River y va a consultar a un dirigente futbolero, quien le abre los ojos a una realidad desconocida por él: “No hay storeni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.”

¿El fútbol como un género dramático a cargo de un solo hombre en una cabina? En una entrevista publicada en 2007 por el diario uruguayo El País, la periodista Ana Larravide le transmitió la inquietud a Víctor Hugo Morales, un referente indiscutido en el terreno del relato. “Me gusta –respondió el dueño del ta-ta-ta… gooolll–. En la cabina me siento un actor dramático, al pasar el relato por un tamiz donde lo histriónico desarrolla su papel.” Y ahondó más en su definición: “Yo tengo un apuntador, que es la realidad. Ella me dicta un guión. Lo que puedo hacer es trabajar con ella; jugar con ella. ¿Sabés? Alguna vez pensé en ser actor de radioteatros.”

La concepción de Víctor Hugo Morales sobre su labor no resulta ingenua, sobre todo si se tiene en cuenta que la Mona Lisa del museo de los relatos deportivos, tiene su sello. Aquella obra, improvisada el 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca de México, quedó grabada en los oídos y los corazones argentinos con una poesía oral inigualable: “Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja al tercero y va a tocar para Burruchaga… ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!… ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta… y Goooooool… Gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… barrilete cósmico… ¿de que planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina…. Argentina 2 – Inglaterra 0… Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este… Argentina 2 – Inglaterra 0…”

Los otros uruguayos y el Gordo
A decir verdad, en los comienzos de las transmisiones futboleras el arte no estaba tan presente. Por caso, el hito fundacional data de 1924, cuando Horacio Martínez Seeber y Atilio Casime pusieron sus voces para comentar por LOR Radio Argentina las incidencias del partido que Argentina le ganó a Uruguay por 2 a 1. Esa emisión nada tenía que ver con la dinámica de las actuales, ya que apenas se describía lo que sucedía en la cancha, sin precisiones ni detallismo. Pero en 1935 iba a llegar al país el uruguayo que inició el camino que hasta hoy acapara su compatriota Víctor Hugo Morales con un estilo más ligado a la puesta en escena radial que a la simple transmisión de las jugadas: Eduardo Lalo Pelicciari, quien relató goles en Rivadavia, Stentor y Mitre. Pelicciari nunca perdía de vista que el relato debía tener ritmo más allá de lo que sucediera en el campo de juego. “Inventaba los partidos, los adornaba”, opinó alguna vez de él su comentarista en Radio Stentor.

La posta de Lalo la tomó en la década del ’40 otro uruguayo, Joaquín Carballo Serantes, aunque la historia de la radio lo recuerda como Fioravanti. Él fue otro revolucionario de las transmisiones de fútbol, inventor de las conexiones al instante para saber lo que sucedía en las otras canchas y el primero en ubicarse en una cabina en lo más alto del estadio. “Más que un relator, soy un narrador”, se definía a sí mismo quien hizo del lenguaje cuidado su característica distintiva. En su libro “Días de radio”, Carlos Ulanovsky enlaza los recuerdos de su niñez con la presencia del relator oriental flotando en el éter: “A la tarde era el momento del fútbol, con Fioravanti, a quien seguramente llamaban El Maestro porque por cada palabra que usaba tenía cinco sinónimos. Para explicar que los jugadores formaban una barrera, Fiora era capaz de decir: ‘Se agrupan, se juntan, se apiñan, se aglutinan, se abroquelan los jugadores’.”

Con la llegada de la televisión, el relato por radio tuvo que competir con la tiranía de la imagen. De ahí que los años ’60 fueran la consolidación de otra leyenda de las transmisiones futboleras: el Gordo José María Muñoz. Personaje controvertido de la radiofonía nacional, este porteño impuso en Radio Rivadavia, durante dos décadas, su innegable talento para la narración de los partidos. Con su relato apasionado, muchas veces desbordado por la emoción, “El relator de América” hacía vibrar a los oyentes. Jorge Cacho Fontana, su locutor comercial en los primeros tiempos, llegó a decir que “Muñoz es al periodismo deportivo y a la radio lo que Troilo es al tango”. Al menos fue así hasta la década del ’80. Es que el 22 de febrero de 1981, con el debut oficial de Víctor Hugo Morales en Mitre, la historia de los relatores radiales iba a sumar una página más a su antología de las grandes voces del gol.

Los hay con matices y vocabulario diferentes, más o menos formales, cercanos al radioteatro o a la antigua tradición de los juglares. Lo cierto es que esos tipos, practicantes de un oficio a mitad de camino entre el periodismo deportivo y la literatura, acuden a las más nobles estrategias del lenguaje para atrapar nuestra atención –y nuestras emociones– cada vez que rueda una pelota de fútbol. Se hacen llamar relatores.