“Es un hecho que la palabra hablada -y en esto se diferencia de la escrita- no sólo contiene un ingrediente semántico y conceptual; conlleva también una rica gama imaginativa y afectiva. El poeta francés Paul Valery quedó deslumbrado cuando, en los albores de la radiodifusión, oyó la lectura de un poema suyo transmitido por radio y percibió los efectos que esa lectura provocaba en los oyentes y en él mismo. Comprobó que los radioescuchas, aún aquellos que conocían su poema por haberlo leído antes, descubrían ahora en él riquezas nuevas no percibidas en la lectura visual; y que él mismo –el propio autor- ser reencontraba con las raíces más profundas de su creación poética y hallaba en su poema sugestiones de las que aún él no era consciente hasta ese momento. Lo que en la lectura visual se convertía en mero valor significativo conceptual, cobraba aquí otras resonancias. La palabra se hacía ritmo, sonido, musicalidad, lenguaje de auténtica y honda comunicación”.