Por Liliana Daunes para Agencia Paco Urondo.
Ilustración: Gato Nieva
Artesanas del aire somos, quienes hacemos radio. Bordando con hilos invisibles que solo observa la imaginación de quien escucha y siente.
Ventana del mundo. Teatro de la mente. Sonidos agitadóricos que buscan las palabras que encuentran causas, que descubren opresiones, que desenvuelven misterios.
La radio es una herramienta de comunicación muy importante, entre otras razones, porque no es invasiva, sus voces y sonidos pueden llegar hasta los rincones más recónditos, y hasta puede trasladarse en caminatas, trabajos y descansos. Puede ser entonces, una compañera de andares.
Resulta curioso sentir que lo que en el estudio, -frente a la computadora en estos días de pandemia y restricciones sociales-, y ante un micrófono se reflexiona en charlas, editoriales, columnas, cuñas artísticas, poesías y canciones, puede llegar al oído de alguien, a su cabeza atenta, a su corazón emocionado, sin mucha interferencia.
Me fascina el hecho de saber que es un medio masivo y sin embargo, casi siempre, dialoga con la persona que escucha. Las, los, les oyentes, múltiples y únicos, la pueden oír con atención, pero también puede quedar como un diálogo lejano al que se vuelve cuando es necesario. Y más ahora que la tecnología permite la repetición.
Como sucede con todos los medios de comunicación, la compañera de pronto puede volverse una tipa aburrida, o una jodida transmisora de las consignas y fantasías del mundo consumista y sexista héteropatriarcal, burgués, colonial. Pero también puede ser una aliada de las muchas rebeldías frente a ese mundo. Cuando a la radio se le da contenido y ese contenido acompaña la lucha de los pueblos, y visibiliza sus reclamos y demandas y da la palabra a los diferentes sectores y multiplica sus voces y navega contracorriente, vuela a contraviento, buscando palabras comunicantes, allí aparecen la A que incluye a las mujeres, la E que intenta romper lo binario, la R que inventa revoluciones, la C que asume contradicciones, la S de los sueños, la J de los juegos y la B de la belleza…
Es con ese abecedario y la ventana abierta a todos los colores que desde la radio se construye y es aire que acompaña en vuelos.
Como comunicadora feminista y desde esa perspectiva y esa conciencia -en búsqueda siempre de la libertad -, con esa ética y en sintonía estética, me sumo y soy parte de la lucha por los derechos de las mujeres, de las personas lesbianas, gay, bisexuales, intersex, travestis, transexuales, no binaries. Trato de tener la memoria encendida donde duele, los sentidos prestos para el goce y la esperanza abierta a los latidos de lo que vendrá. Amplifico las voces de las comunidades originarias y campesinas en lucha. Las resistencias y sueños de distintos colectivos populares que frecuentemente son negados y negadas en la comunicación hegemónica.
Busco las maneras de comunicar sobre nuestros derechos sobre el territorio tierra, esa que andamos y el territorio cuerpo que apapacha y baila.
Si bien hubo – y aún hay – desde las direcciones y las gerencias, incluidos conductores varones -y también mujeres-, mucha resistencia a las voces feministas, en los últimos tiempos se han sumado a las radios algunas voces con perspectiva de género, y existen nuevos espacios ocupados por programas que tienen una impronta feminista. Esto es más notorio en las radios comunitarias o alternativas, pero también está sucediendo en medios oficiales y productoras privadas. No es un regalo de nadie. Entre los muchos derechos por los que feministas y diversidades hemos luchado, es por la visibilidad de nuestros cuerpos y voces. Son territorios ganados con nuestra manera histórica de aparecernos, de irrumpir sin que nadie nos llame, y aunque muchos nos cierren las puertas, los oídos, o la mirada. En esos espacios, el aire también es un lugar donde encontrarnos. Y la radio, nuestra manera de decir.
La doña que toma la palabra cumple 100 años… ¡Viva la radio!