Por Marcelo Cotton.
Preguntas y reflexiones sobre el rol de la radio como medio por donde pasa la vida.
En estos tiempos, los medios representan nuestras vidas y nuestras vidas son representadas por los medios. Vivimos la realidad a través de una pantalla, un titular de un periódico o un “último momento” en la radio. Las representaciones de la realidad ordenen –o desordenan- la vida cotidiana. Por eso cabe preguntarse si en esas representaciones estamos realmente representados.
La radio (su lenguaje) impone –como cualquier otro medio de representación- sus propias reglas, representa una realidad con sonidos, música y palabras. La radio es la banda sonora de nuestros días. Como una película que proyecta una historia, la radio se convierte en esa pantalla por la cual pasa la “vida” que hay más allá de nosotros, incesantemente, mientras la escuchamos.
Pero en esta radio plagada de actualidad, primicias -informativas y musicales- y especulaciones sobre nuevas primicias, la realidad se ha convertido en un torrente espeso, una representación de nuestro lado más agresivo y acuciante. Aunque no todo el tiempo ni en todos los casos. Cuando uno enciende la radio y mueve el dial, busca una representación –en el mejor de los casos, busca sentirse representado- y, como en cualquier historia es más interesante cuando, de algún modo, ésta nos hace sentir parte. Y, aunque el dial explote de distintas frecuencias, muchas veces nos encontramos con una sola obra, una sola, donde, en distintas versiones, se representa un día tras otro, la tragedia de la “realidad”. Esa de los tiranos que gobiernan un país o, en su versión reversa, la de los tiranos que no dejan gobernar. Los “buenos” contra los “malos” es un argumento que ha caído en desgracia, por fortuna, pero aún no en la radio y lo más desdichado aún, es que ambos, los que luchan por el bien y/o el mal –si es que podemos ubicarlos en dos bandos opuestos- son los representantes del poder, y no, como en las clásicas historias de héroes, el hombre común contra el poderoso. Porque, aunque el éter se pueble de voces de oyentes, los que el conductor suele llamar “la gente común”, éstos no son más que espectadores de la farsa, rara vez protagonistas.
Pero no se alarme. Si usted quiere formar parte de la historia y ser visible en los medios masivos de comunicación, puede serlo. La única e indispensable condición es que debe producir un impacto noticioso.
No es casual ni forma parte de una “moda” que las protestas adopten el modo de corte de rutas y avenidas, o de “tomas” de instituciones. En esta representación de la “realidad” la protesta pacífica es invisible. El cuadro de representación no excede los límites del impacto noticioso.
Cuando se habla de nuevas leyes que produzcan una apertura respecto de los detentores del poder mediático, en el meollo de la cuestión de lo que se trata es de de producir nuevos modos de representación. Cuando se insiste con la necesidad de que haya “nuevas voces”, no se pretende que sean más voces que representen lo mismo, sino nuevos relatos que representen más y diversas voces.
Si en el cine existen las historias de amor adolescente, las de terror, las de fantasía, las de detectives, las de presos políticos… ¿en la radio podremos encontrar una diversidad que la haga realmente representativa?
En este momento hay una mujer que asume que es homosexual frente a su padre. Hay una madre que da a luz a un niño en la selva misionera. Hay un grupo de trabajadores mineros que soportan enfermedades derivadas de la explotación a la que son expuestos. Hay un automóvil avanzando cuando el semáforo está en rojo y un anciano a punto de cruzar. Hay un hombre en situación de calle esperando que cierre el restaurant para atacar las sobras. Hay un funcionario municipal recibiendo una donación de un empresario hotelero. Hay una danza primitiva para alabar al sol. Hay una especie animal menos. Hay una caricia en un rostro de alguien que lo necesitaba…
Hay tanto para contar y hay tantas representaciones posibles que la radio puede y debe explorar. Sería un atentado a la cultura (la de todos, no la de las elites) que lo ignore en función de su única representación de la realidad que empieza y no termina cada día desde aquel tiempo en que la TV le arrebató la ficción.
Como demuestra la historia (y las fuerzas de la naturaleza), mientras en la superficie se tejen los hilos del presente inmediato, en los subterfugios se gestan nuevos códigos, nuevas representaciones, nuevos aires. Eso es lo que está sucediendo. Habrá que poner a punto el olfato para acariciar el nuevo aire, y saber respirarlo. Para poder representar al barrio, al pueblo, al vecino, a la enfermera, al albañil, a la comunidad.