Por Marcelo Cotton.
Muchas manifestaciones culturales rinden homenaje a este formato que supo ser el gran exponente del relato ficcional en décadas pasadas. En esta nota intentamos discernir si se trata de un ejercicio de nostalgia o de un auténtico resurgimiento.
Sobre su persistencia.
“El género está en terapia intermedia pero no está muerto”, dice Víctor Agú –autor de más de 70 títulos, algunos en colaboración con Alberto Migré-.
Las evidencias están a la vista: “Las Dos Carátulas” (*) -en Radio Nacional- con más de 50 años ininterrumpidos en el aire- entre otros radioteatros que subsisten en emisoras de menor alcance; también a través de distintas representaciones teatrales (con efectos de sonido en vivo) y de nuevas experiencias como es el caso de Cyberia –un espacio recién estrenado en la AM 530 La Voz de las Madres- por citar sólo algunos de los casos. De todos modos, no se sabe a ciencia cierta si estamos frente a un resurgimiento del formato en el aire de las emisoras o de un síntoma que se expresa a través de movimientos independientes que creen en la potencia narrativa de la radio.
“Hay un gran movimiento, como un resurgir que hace unos años no existía, pero el espacio en las radios importantes no está”, dice Agú con cierto conocimiento de causa: él, junto a nada menos que Migré, recorrió durante cinco años emisoras importantes hasta conseguir un espacio y algún anunciante –finalmente salieron al aire una “Permiso para imaginar” en Radio Ciudad primero y más tarde en Radio Belgrano-. (**)
“Nadie entendía bien de qué se trataba la propuesta. Creen que no es negocio entonces no le dan espacio”.
Muchos reconocen los méritos de una buena obra de ficción radioteatralizada, pero los directivos y los sponsors dudan de su llegada al gran público. Es cierto que los códigos de escucha cambiaron, el mismo Agú afirma: “Creo que no hay paciencia para escuchar una hora y media de radioteatro” y Oscar Bosetti –docente e investigador de la radio en Argentina- agrega: “Hoy, esas huellas continúan obstinadamente estando en ciertas publicidades, en algunos fragmentos de programas radiales, o en los pocos espacios que aún perduran dedicados exclusivamente al formato. Quiero decir: hoy el Radioteatro asume nuevas formas y nuevos usos, se inscribe en otro campo de contenidos y referencias, cruza el humor y la parodia sutil, intersecta los impiadosos acontecimientos periodísticos de cada día.”
Sobre su definición y re-definición.
¿Podemos llamar a todo eso Radioteatro? ¿Lleva acaso esta palabra una dosis de purismo que atenta contra su propio aggiornamiento y evolución?
De la misma manera que los tangueros acérrimos expulsaban la aparición de la música de Piazzola del “tango”, es ineludible que los nuevos aires (aunque aún no soplen muy fuerte) pretendan reciclar –con sus nuevos lenguajes, verosímiles y códigos de escucha- la noción del viejo radioteatro.
¿Acaso en la génesis de la palabra radioteatro no hay ya un cruce, un intercambio de influencias entre dos lenguajes?
Probablemente hoy, la maestría en relatos de ficción se la lleve el cine. El cine evoluciona más que cualquier otra representación ficcional, y esa influencia se extiende a los otros medios. La televisión, por ejemplo, ha adquirido ciertos recursos narrativos y estéticos del cine. Es justificable entonces que las generaciones a las que nos toca escuchar o hacer historias en radio, nos veamos influenciadas por otros lenguajes y que, incluso, a lo que hoy todavía llamamos radioteatro, lo podamos llamar radiocine, si se quiere.
En última instancia, estamos hablando de ficción en radio, o mejor dicho, de la radio al servicio de la creación de relatos. Y como a toda creación, si la encasillamos con estéticas impuestas, nombres impropios o personerías impersonales, le quitamos su valor testimonial: el dar cuenta de una época.
Sobre su valor.
El radioteatro –tal como nos lo han enseñado los grandes maestros como Migré- tiene un gran valor testimonial. Y lo más interesante es que se pueda seguir dando testimonio a través de la ficción en la radio. Que los mercaderes de la comunicación no vean, o no quieran ver el negocio es preocupante –y es motivo de una nueva investigación- ya que, como recalca Víctor Agú, en la radio: “hay libertad para contar cualquier historia, porque no se necesita dinero para producción. Se puede situar la historia en Paris durante la revolución Francesa, en Broadway o donde se te ocurra. Para hacer eso en TV o en cine necesitás una mega producción”.
Pues entonces si la radio es capaz de todo esto, también lo será para crear radioteatros tanto para los nostálgicos que se siguen sentando alrededor de ella, como para los jóvenes que se clavan los auriculares en el tren o en el colectivo. Será capaz (y ese es su mayor potencial) de encontrar con el radioteatro, como dice Bosetti: “las particulares formas de seguir estando” (ver nota).