Si había algo mágico en los radioteatros de antaño, eran los efectos de sonido hechos en vivo y artesanalmente.
Maestros en esos quehaceres se las ingeniaban para imitar el galope de caballos con un bloc de hojas, por ejemplo.
Hoy, la tecnología nos ha facilitado los recursos para lograr un mismo efecto más rápido, y con más variantes, nitidez y precisión, sin desechar el ingenio. Pero muchas veces esa “facilidad” o accesibilidad puede obrar en contra. Los efectos de sonido “de librería”, o pre-hechos, compilados en plataformas digitales, o en cualquier otro tipo de almacenamiento, se asemejan a la comida hecha. Es una forma de resolver una necesidad, pero no siempre la más ajustada a nuestras necesidades, sino a lo que hay. Ya que depender de “lo que hay” puede obrar en contra de la verosimilitud de una historia. Por ejemplo, escuchar pasos de mujer sobre un piso de madera cuando el personaje de la historia se supone que camina sobre una vereda y es un hombre. O escuchar el abrir de una puerta que suena a vieja cuando se supone que la casa es moderna.
La tecnología jamás nos va a resolver nada por sí sola, si antes no estamos dispuestos a crear por nosotros mismos.
La herramienta siempre será una herramienta y tiene límites. Nuestra creatividad y convicción sobre lo que tenemos que contar, no.
¿Cómo entonces utilizar la tecnología creativa e inteligentemente?
A veces los efectos de librería se ajustan a nuestra necesidad. A veces habrá que recurrir a la vieja usanza, grabar el sonido que necesitamos en escenarios reales.
En este sentido la tecnología puede corregir imperfecciones o enriquecer el sonido directo que pudimos recoger con un grabador con un buen micrófono.
Salir a grabar sonidos con un grabador es una experiencia fascinante y el resultado dependerá de la calidad de la grabación como de la capacidad de mezclar ese sonido y hacerlo parte de la historia.